Aunque el curso está terminando hemos comprado más libros para la biblioteca, todavía estás a tiempo de leerlos. Entre ellos:
LAS AVENTURAS DE ENOLA HOLMES: LA HERMANA SECRETA DE SHERLOCK HOLMES: EL CASO DEL MARQUÉS DESAPARECIDO de NANCY SPRINGER
Cuando Enola Holmes, la hermana pequeña del detective Sherlock Holmes, descubre que su madre ha desaparecido —y el día de su decimocuarto cumpleaños, para empeorar las cosas—, sabe que puede encontrarla sola. Ataviada de viuda desconsolada, Enola se dirige al corazón de Londres dispuesta a descubrir el paradero de su madre, aunque ni siquiera su famoso apellido —Holmes— puede prepararla para lo que le espera. Tras verse inesperadamente implicada en el secuestro del joven Marqués de Basilwether, Enola deberá escapar de villanos asesinos, rescatar al consentido Marqués y, quizá lo más difícil de todo, eludir a su perspicaz hermano mayor, mientras recopila pruebas de la desaparición de su madre.
Así empieza el libro:
Me gustaría saber por qué mi madre me puso «Enola», ya que, leído del revés, es alone.
A mi madre le gustaban, y probablemente sigan gustándole, los códigos, de modo que algo debía de tener en mente, una premonición o una suerte de poco afortunada bendición, o ya tenía planes aunque mi padre todavía no hubiera fallecido.
Fuera lo que fuere, casi cada día de mi vida solía decirme: «Te las arreglarás muy bien tú sola». De hecho, eso era lo que solía decirme a modo de despedida cada vez que salía a pasear por el campo con su cuaderno de esbozos, sus pinceles y sus acuarelas. Y, de hecho, sola es como me dejó cuando, la tarde de julio que cumplí catorce años, no regresó a Ferndell Hall, nuestro hogar.
Me gustaría saber por qué mi madre me puso «Enola», ya que, leído del revés, es alone.
A mi madre le gustaban, y probablemente sigan gustándole, los códigos, de modo que algo debía de tener en mente, una premonición o una suerte de poco afortunada bendición, o ya tenía planes aunque mi padre todavía no hubiera fallecido.
Fuera lo que fuere, casi cada día de mi vida solía decirme: «Te las arreglarás muy bien tú sola». De hecho, eso era lo que solía decirme a modo de despedida cada vez que salía a pasear por el campo con su cuaderno de esbozos, sus pinceles y sus acuarelas. Y, de hecho, sola es como me dejó cuando, la tarde de julio que cumplí catorce años, no regresó a Ferndell Hall, nuestro hogar.
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